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Despertando de los sueños de la vida

Bajo las nubes que envidian el poder del Sol, esa luz con la que impone su fuerza, solo pueden taparle con su suave y oscuro cuerpo para impedir que brille con todo su esplendor, no hay forma de parar al Sol que vuelve cada mañana, pero las nubes ignorando que habrá mañana solo les interesa imponerse por la fuerza, todas unidas, sin separarse ni un centímetro, aguardan un día oscuro y sin brillo.
Mi cuerpo cansando espera para coger fuerzas y levantarse de la cama. Fue una larga noche y mi vieja cabeza tiene por costumbre darme sustos en intranquilos sueños, provocando un malestar continuo mientras duran. A pesar de parecerme que la noche fue eterna he descansado poco y eso hace cuestionarme la importancia de levantarme de la cama y plantearme si quedarme durmiendo, es tarde asi que me levanto decidiéndome por la horrible idea de revivir otra de esas agónicas pesadillas.
Se descubre el rostro la horrible dama que intenta agarrarme de mis débiles piernas mientras intento huir de sus deformes manos y pidiendo ayuda al los míseros carroñeros que se planta en los árboles buscando algo que comer. En medio de un sitio indescriptible se puede odiar  todo cuanto acontece y aborrecer todo cuanto lo puebla. La señora se presentó en mi visita por aquél tenebroso lugar frecuentado por vivos árboles de hojas multicolores y que dejaban caerse de las ramas cada vez que pasaba cerca de su enredado tronco y sus infinitas ramas. Un suelo con una vegetación que sobrepasaba el medio metro de longitud hacía que se hiciese dificultoso el transcurso y horrible su estancia. Cada paso por allí se hacía más y más insoportable, gradualmente, gota a gota el río se llenaba, ese que mantenía con tanta viveza aquel sitio, río que reptaba silenciosamente a diez pasos de aquél frío decorado.
La señora tapada por un velo me daba la bienvenida esperándome bajo uno de esos admirables árboles mientras se ahogaba entre sus carcajadas, insoportables, parecían arrancarles el aliento débilmente con intenso dolor. Aunque cada segundo que pasaba aquel cadáver que parecía gozar de vida estuviese más cerca de la muerte, tan solo era una imagen débil que se desvanecía a cada paso que me acercaba a ella. Me acerqué a ella en mi desconocimiento, confiando en que la solidaridad de aquella pobre adulada cedería ante mis ruegos. Sus manos eran lo único que se podía ver con aquella túnica deshilada y desgarrada. La oscuridad de aquel trapo hacía resaltar la palidez de sus arrugadas manos, su cabeza se escondía entre una gran capucha que nada dejaba entrever y que no parecía provocarme ningún tipo de desconfianza a pesar de su mugriento aspecto.
Los pasos eran insignificantes ante el espectro y yo, decidí saludar con toda mi buena gana a lo que no obtuve ningún tipo de respuesta, hacía tiempo que su carcajada insufrible se había detenido y era en ese momento cuando temí que no hubiese ningún tipo de respuesta. Repetí mi cordial saludo con la esperanza de que no hubiese ignorado, esta vez obtuve una respuesta, no fueron sus labios los que permitieron salir de su boca unas palabras. La cabeza de aquella mujer se levantó y pude ver como aparecía de la noche de su rostro unos ojos claros como la luna que se clavaban en los míos y que a los pocos segundos me cegaron.
Allí me encontraba, tras despertarme me dispuse a correr tan rápido como me fuese posible pero ella tenía otros planes para mí. Creo que ha sido la vez que más cerca me he encontrado de la muerte, en ese momento comencé a creer en todas esas historias que hablaban de aquella mujer que mandada por Dios recogía a los seres humanos para devolverlos a su lado y gozar de todo privilegio en el cielo. A medida que me agarraba con más fuerza mi cuerpo sentía un dolor cada vez más agudo que subía por mi pierna, ese dolor que a mi cabeza dejaba asociar con el fin, no podía parar de pensar en la idea de esa señora, La Muerte había dejado caer sus pasos por los valles de mis sueños y mostrando sus perversas intenciones.
Mi carrera desesperada había hecho caer aquella figura, había hecho desequilibrar a uno de los miedos más insufribles del hombre, pero no me había permitido escapar de sus garras. Arrastrándose por el suelo como el más infeliz de los poetas pidiendo una correspondencia a su amor maltrecho y pidiendo la detención de aquella inimaginable sensación. No conseguí que se rindiese y el dolor era cada vez más intenso, cada grito menos aliviante para mi cuerpo que no era capaz de responder a tan inesperada secuencia. Cada vez cobraba más fuerza la idea de que mi muerte se estaba mostrando de tan cruel idea para advertirme de que no habría nuevo despertar, de que las mi últimas palabras no tendría forma, tan solo gemidos desamparados buscando una madre que pudiese alentarlos con su cariño.
Los carroñeros con sus largos cuellos agitando aleteaban señalando mi cercana muerte, su pronta venida comida, el río comenzaba agitarse con fuerza y a desbordarse, dejando que su agua salpicase mi cuerpo y me hiciese sentir como cada gota impactaba con menor fuerza en mi ahora tan débil cuerpo, estando a punto de ceder y contenplando como pronto llegaría a perder el conocimiento. Los árboles comenzaron a desenrollarse y sus ramas se inclinaron en señal de reverencia, me rodearon el cuerpo al completo y me liberaron de aquellas sucias garras. Mi mirada estaba demasiado perdida para saber como había ocurrido tal milagro y solo dejé que todo transcurriera.
El abrazo de aquellas largas ramas parecieron darme fuerzas, a pesar de que la cuidados envoltura de aquel imponente gigante no me dejaba ver nada de lo que estaba ocurriendo. Al final parecí encontrar el suelo con mi cuerpo y las ramas se desenredaron con sutileza, me dejaron libre por fin. Inexplicablemente no había perdido perdido el aliento en ningún momento, era algo que me ponía nervioso pero no había tiempo ahora para pensar en ello.
Aquel ser que me había salvado la vida se encontraba inclinado delante mía esperando mi respuesta. Me levanté con cuidado mientras él alejaba sus ramas y dejaba que me incorporase tranquilo. Lo miré asombrado, mi cuerpo todavía temblaba. Me acerqué a su grueso tronco, lo acaricié y con una sonrisa en la cara le di las gracias. Aquel árbol parecía entenderme, comprender todo lo que me había acabado de ocurrir. Tras unos segundo en el intransitable silencio, en aquellas respiraciones profundas en las que intentaban encontrar la paz, en mi agitado corazón, el tronco de aquella maravilla se abrió por el medio ante mi asombro.
Se abrió lentamente y de entre su cuerpo apareció una especie de filo que se dirigía que se abalanza sobre mí y fue cuando sentí como mi pecho parecía partirse ante tan despiadado ataque.
El dolor había recorrido cada nervio, había hecho vibrar cada centímetro de mi cuerpo que encontraba la calma en aquellas calientes sábanas de mi cama. La razón de mi sueño siempre ha sido desconocida para mí, como la manera de despertar de aquella mañana, desconcertante, inimaginable para un pobre hombre que creía haber perdido la vida entre sus sueños, dentro de un mundo completamente alejado de nuestra realidad, tan superflua vivencia que había hecho cuestionarme la realidad de aquel mundo.
Los sueños hace tiempo que se acercaron a las ventanas de nuestras vidas para inquietarnos y recordarnos que en este mundo nadie está a salvo de soñar, que nadie está a salvo de gritar y sufrir el odioso dolor de las pesadillas, del macabro juego de nuestra mente que no sabe reaccionar antes una historia que ha construido con cuidado para provocarnos tantas dudas.

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