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Salvación

Era invierno cuando vinieron a por mí. No recuerdo bien cómo comenzó todo, pero puedo recordar ese olor fuerte de aquellos hombres. Esos hombres que llamaron a mi casa, que vinieron a llevarme lejos y sin fecha de vuelta. Un día como otro cualquiera aporrearon mi puerta sin importar quienes estuvieran allí o qué estuvieran haciendo. Ese día entraron como un vendaval, me golpearon en el estómago, me pusieron una bolsa en la cabeza y me llevaron. Los gritos de mi mujer no les asustaron ni detener su tarea. No podía entender nada de lo que estaba ocurriendo. Así que decidí relajarme, entendí pronto que la cosa podía empeorar y quizá fuera mejor callarme.
Un coche nos llevó hasta la cárcel donde me habían destinado. El camino fue eterno, no se escuchó palabra alguna. A falta de mis palabras no se escucharon otras. Un sensación extraña me recorría todo el cuerpo, por fin me sentía liberado de toda culpa. Por fin no tendría que ocultarme de nada ni nadie. Pronto entraría donde merecía y pagaría por todo aquello que me atormentó durante tanto tiempo. La sangre derramada ahora se cobraría con mi encerramiento, a pesar de todo no me sentía perjudicado. El tormento de las noches sin poder dormir, sin gritar ser el culpable y estar por fin en paz conmigo mismo parecía un paraíso circunstancial.
Estuve en una sala fría donde declaraba todo aquello que había hecho. Contaba con cada detalle lo ocurrido, sin importar contar qué me pasaba por la cabeza en cada instante. Intentaba no olvidar nada que más tarde me interrumpiera y pudiese crear sospechas de una falsa inocencia. Pregunta tras pregunta, sin pensarlo demasiado contestaba. No había nada que pudiera ocultar, prefería pagar por lo que realmente había hecho y no por otra cosa. Ser de nuevo yo mismo.
No había tiempo de demora. Esa misma mañana me presentaron ante el juez que me condenaría de por vida. Creí que era una condena justa. Al parecer mi actitud despreocupada y sincera le molestaba. Parecía querer despertar en mí algo que me hiciera contestar a su veredicto. Sin abogado intenté afrontar el juicio de la manera más rápida y limpia. El tiempo en mi nuevo hogar iba a ser largo y no tenía especial interés en alargar mi estancia en aquella sala. Lo que más me molestaba era la gente sin mucho que hacer que se acercaba a ver qué pasaba. Alguno se atrevió a insultarme a pesar de no conocerme. Creer conocerme por un momento puntual de mi vida, sin saber cómo sucedió o qué pasaba por mi cabeza es el eterno problema de la gente que se cree capacitada para juzgar. Gente que luego llega a su casa a contar con la cabeza bien alta lo que había hecho. Pobres desgraciados.
Ya había llegado a mi nuevo hogar. Tras una serie de rutinarias actividades me dieron mi nuevo traje. Ese con el que tendría que vivir hasta el último día que mi mente pueda recordar. Ya no había problema de elección de ropa. Habían acabado con un gran problema sin saber si de ello eran conscientes. Ya no era necesario preocuparme por cómo debería vestirme. Ya ninguno nos diferenciaríamos por nuestra vestimenta. Supongo que para ellos es una privación de nuestro derecho a la libre elección, pero para mí era un alivio que fuera así. A veces imaginaba a todo el mundo vistiendo igual, con el mismo peinado, mismo zapatos, nada diferente, por  el centro de la ciudad. Para mí era una especie de sueño, simple curiosidad diría yo. Algo semejante a ésto.
En las mañanas no ponían a picar piedra en un especie de patio. Todos al mismo ritmo, como máquinas. A veces me ponía a escuchar cómo sonaba todo aquello. Era increíble escucharlo todo, parecía que sólo estaba la voz del policía marcando el ritmo y el de un solo pico. A veces me parecía haberme ausentado tanto que me había quedado yo solo trabajando. Pero imposible estar atento todo el tiempo aquella actividad sin sentido, un castigo más. A pesar de todo me sentía afortunado, pensé que esto sería peor.
Lo más interesante de todo era la hora de la comida. Todos en una gran sala llena de mesas donde poner nuestras bandejas y ponernos a comer de aquellos platos para evitar que nadie pudiera morir en un intento de no cumplir su condena. Cientos de caras a las que poder mirar y la mayoría no me dicen nada. Para muchos ya es demasiado doloroso estar allí. Por suerte hay algunos que si pueden decirme algo con su mirada. A pesar de mi intento por encasillarles, la mayoría de ellos sólo creen estar orgullosos de lo que han hecho e intentar demostrar lo malos e incomprendidos que han sido, esperando que el resto tema si quiera toserles o cruzarse la mirado con ellos. Los más interesantes son aquellos que se abstienen de todo, se dirigen a por la comida, se sientan comen y se van. Parece que hay algo que les ocupa demasiado para perder el tiempo para estar allí.
Supongo que todo lo que hago es por pasar el rato mientras no estoy en la celda. En la celda me dedico a escribir cartas para mi mujer intentando convencerla de que no había estado mejor en mi vida y que lo único que me falta es ella. También le dedico el tiempo a leer y a escribir. Quizás mis obras se puedan vender mejor si la gente sabe que estoy en la cárcel. Sería bueno hacer que mi mujer se pudiera mantener con ese dinero. Pero para eso en la cárcel hay mucho tiempo, para soñar y pensar. Quizás demasiado o eso creo.

Allí estaba yo. Toda mi vida se centraba en ganar y ganar dinero. En el momento en que no tuve otra opción, planeé atracar un banco con un compañero de trabaja. Estaba todo pensado y decidido. No  había tiempo que perder y mucho por hacer. Nos dirigimos a la puerta armados y con la cara tapada. Antes de entrar por la puerta a la que se dirigía mi compañero tuve una visión. Llegué a la conclusión de que mi vida había sido un completo fracaso. Todo lo que había intentado y por lo que había luchado había acabado en un intento fallido. Eso me hizo desesperar y descargué una bala sobre su cabeza antes de que entrase.
Ya nada importaba, era la única forma de hacer algo bien en mi vida. Así que esta vez todo saldría bien. Aceleré mi paso y contra todo ser humano que me encontraba disparaba. No merecían morir, lo sé, pero quizás ellos sin saber deberían estar muertos y les estaría ayudando de la mejor forma posible. Sus suplicas, lágrimas y ruegos no me detuvieron. Arrasé con todos y cuando tuve la oportunidad de coger todo el dinero, pensé en que no me serviría allí a donde iría, así que lo dejé allí. 
Todos a mis pies rendidos, jamás había sentido esa satisfacción del trabajo bien hecho y me gustaba. Me consolaba un poco la idea de creer que podría haber ayudado a esa pobre gente y que no tenían más de qué preocuparse. Todo había terminado en mi antigua vida y tendría que comenzar a vivir una nueva.

2 comentarios:

  1. Todo un buen final merece otro buen comienzo.Saludos de Traffic Club y El Talco Negro.

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