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El ser humano le gusta ser recibido con cariño, espera que toda esa gente que le quiere le esté esperando con una gran sonrisa y abrazo. Supongo que a todo el mundo le gusta que a su vuelta como mínimo se le pregunte acerca de su viaje, de sus vivencias. Supongamos que suponiendo tanto nos encontramos con que nadie se preocupa con nosotros, nos dolería, ¿verdad? Pues yo siendo precavido, no esperé nada y con suerte me encontré el buzón lleno de publicidad.
Al llegar a casa abrí la puerta, con las manos ocupadas con una pequeña caja, sólo con cosas necesarias de verdad. Así fue como dejé que la puerta se abriese del todo, una brisa de nostalgia casi me ahoga y por ello retrocedo un poco. Coloco las cosas en el suelo, me siento al lado de la puerta. ¿Por qué volver a este sitio que un día abandoné? ¿Por qué sigo esperando que las cosas hayan cambiado? Siendo tan imbécil acabaré como el resto. Llorando en las noches lo que perdí yéndome de aquí, intentando volver de allí de donde alguna vez pude sentirme libre.
Cuando me decido a volver a entrar a casa, sale mi vecino. Ese hombre siempre sin mucho que hacer, jubilado y que parece que estaba esperando el momento para salir a saludar. Lo bueno sería que sólo saliese a saludar. Hace tiempo que perdí la esperanza de acabar con la conversación en unos segundo con un simple saludo. El hombre con su ausencia de pelo, sus gafas casi tan antiguas como él, su bata y su lengua que parece desatarse cuando encuentra a una víctima, me aterrorizaba. No en el sentido a que fuera hacerme algo, es que el tiempo para mí es más valioso que el suyo. El suyo es malgastado. Se pasa todo el tiempo hablando de su brillante futuro en la fábrica, de las reuniones familiares y su gran habilidad con el golf. 
Como pude prever cómo serían los próximos veinte minutos de mi vida, saludé, me puse delante suya y a mi espalda la caja con mis cosas. Solté una patada inocente, con un todos mis dotes para la interpretación lo hice parecer un accidente. La prisa por entrar era enorme, le dije y así pude entrar por fin a casa. 
Todo vacío, paredes desnudas cargadas de recuerdos que quise borrar. Era imposible mantenerte al margen de todo sentimiento observándolas. Por eso fui a mi cuarto. Una cama no muy cómoda para poder dormir en ella y poco más, una mesa lo suficientemente buena para aguantar decenas de libros mientras me daba por comparar unas obras con otras, a pesar de que no tuvieran nada que ver. Ya no había mucho más que contar acerca de mi casa.
Estoy de vuelta, no espero que nadie se alegre por ello. Casi prefiero que la gente tiemble al saberlo. A pesar de elegir lo indefendible para algunos, no pienso arrepentirme de nada. Cada pequeño paso hacia el progreso, cada mirada al futuro te da ventaja respecto a los que sólo pueden mirar en el presente. Quedarse en el presente supone esperar cada golpe sin poder oponer resistencia. Pero no hay que preocuparse por ello, siempre hay gente que sabrá vivir con ello.
Acabo de dar la vuelta completa a la casa. Estoy algo decepcionado, no encuentro nada interesante, no como la primera vez. Supongo que será porque a un niño nunca le gusta recibir dos veces el mismo regalo o por lo menos no lo hará con la misma ilusión. Estoy disgustado, es cierto. Vine con la esperanza de encontrar algo nuevo y aquí estoy, sin más.
Me pongo a dar vueltas, con la esperanza de encontrar algo. Las vueltas a la casa sin encontrar nada me empiezan a poner algo nervioso y así con cada vuelta más y más. No encontrar nada me está desesperando un poco. Cuando estoy al borde un ataque de nervios, ahí está. Postrándose ante mí, la imagen que hizo que un día me marchara. Todo lo que has odiado, el motivo de tu marcha está ahí delante.
Tus ojos están clavados en los tuyos. No hay palabra alguna entre nosotros. Parece que espera a que diga algo, parece que mi vuelta le disturba y no se siente cómodo. Miles de formas se me ocurren de acabar con este momento y correr no es una opción. Todo está en juego, no sin remordimientos y sin forma alguna de volver para atrás. El corazón acelerado puede delatarme pronto, así que es momento de actuar.

Así que me dispongo a golpear como si fuera lo único que tuviera que hacer en mi vida. Como si tras ese momento llegara a la nada. No paré hasta que pude hacerle desaparecer. No había otra manera, de todas había sido la única de poner punto final para siempre. Los miedos por un momento parecían abandonar mi piel, como si fuesen arrancados. Por un instante pude sentir como los golpes contra él me hacían sentir vivo de nuevo. Era como si compartiéramos el dolor. 
Era un extraña sensación. Por una parte quería que ese momento se acabase cuanto antes y por otra que no lo hiciese jamás. Una lucha entre el sufrimiento y el placer. Era extraño poder sentir tanto con la mente prácticamente en blanco. Parecía que mi cerebro no pudiera pensar y sólo golpear. Pronto dejé de sentir, no me hizo detenerme. Pasar página era lo único que me importaba en ese momento, si es que algo pudiese hacerlo.
Llegaron las primeras gotas de sangre. Mis nudillos enrojecidos y liberándose poco a poco de la presión. Pude ver en su rostro la sangre nacer. El problema era de quién era verdaderamente esas lágrimas de dolor. ¿Eran mis nudillos los que marcaban su cara o era su cara la que ante mis golpes así respondía? 
La fatiga era ya demasiada, tuve que para en cuanto mis últimas fuerzas se expiraron. Así clavé mis rodillas sobre el suelo para tomar más aire. Estuve así un par de minutos, con mi mirada perdida en el suelo manchado. No podía mirar al frente. Tenía miedo de no encontrar el resultado que esperaba. Tenía miedo de no poder acabar a pesar de poner todo mi empeño y fuerzas por lograrlo.
Por fin me decidí a levantar la mirada. Todo parecía haber terminado, él estaba roto, no podía hacer más. Era la imagen de la esperanza en un alma perdida. Ya podía sonreír sin problema, la sonrisa acabó en carcajadas al poder sentirme liberado. Me senté sobre la pared para poder saborear el momento con calma. Es momento del cambio.

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