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Un día más

Las épocas vienen y van sin mucha trascendencia. Mi vida es como una senda en la que no encuentro muchos obstáculos. La mayoría de mis problemas son creados por mí mismo, quizás con la esperanza de alejarme de la humanidad, de hacer de mí algo diferente. No es culpa mía que no haya encontrado un camino en el que el ser humano tenga que serme imprescindible, sólo una herramienta más hasta que encuentre el momento justo para salta a mi tumba. Hace tiempo que ya me di cuenta de que me aportaban más las personas muertas que la vivas. Mis relaciones en su mayoría no son del todo satisfactorias en el aspecto en que no tienen demasiado que aportarme, no más que otra forma de pasar mis días en un espacio inquebrantable por un mundo que gira a mil revoluciones al segundo. No es un mundo en el que quiera involucrarme demasiado. No quiero engañar a nadie.

Mi pala cava lenta pero segura. Son mis brazos los que tiemblan cuanto más hondo se ve el agujero. Miro de un lado para otro. Lo cierto es que por momentos espero que alguien conocido venga a salvarme y en otro que me empuje con todas mis fuerzas para abandonar toda esperanza. Al fin y al cabo esa es una de las razones por la que sigo cavando dejando una opción de salir. Un grito con todas mis fuerzas para que todo se derrumbe encima mía, una tumba en la que no haya posibilidad de escapar ni arrepentirse. Tengo que abandonar ese bosque cada noche antes de que amanezca, antes de que el sol revele lo que estuve haciendo en la noche. Volviendo a mi cama se empiezan a derrumbar los hilos, todo a mis pies y al levantarme me encuentro en la misma cama de siempre. No sé si todo fue un sueño, pues no recuerdo la localización exacta de hacia donde camino para llegar allí.

La vida pasa demasiado deprisa ante una falta de ganas de reacción. La gente parece que se acelera cada vez más y mi mirada sigue perdida en el infinito de la incomprensión. Siento a veces que una palabras se pierden en el viento, pero creo que es la esperanza la que sigue riéndose de mí y retándome. No sé si he llegado a vivir de mi sueños o sueño con mi vida. Cuando consigo detener el tiempo creo reconocer las caras de las personas que me sonríen y me ofrecen ayuda. Creo que no todo el mundo estaría dispuesto a ofrecerle ayuda a alguien como yo. Puede que sean ellos quienes paren el tiempo, porque el resto no suelo encontrar conocido ningún rostro a mi alrededor. Todo podría reducirse una falta de ganas por entender el mundo que me rodea, de ser parte de él. La tumba es la única manera de poder ocultarme del resto. El interior de la tierra es el lugar menos transitado, ¿no?




En un parpadeo todo ha cambiado. Es un instante en el que el mundo de pone de acuerdo para acelerar su velocidad de forma demencial y me encuentro perdido de nuevo. Dejo de sentir todo bajo mis pies, vuelvo a caer y cuando quiero volver todo se ha vuelto a marchar. Lo único que no ha cambiado es mi cuerpo y mi miedo por cerrar los ojos una vez más. Por ello me dejo perder por el tiempo, intento no hacer movimientos bruscos. A lo mejor si altero el proceso se produce algún cambio en mí, algo que no me haga reconocerme y me haga perder la poca cordura que me queda. No hay razones para perder los nervios, pues hace ya mucho tiempo que dejé de buscarle explicación a todo  ésto. No hay manera de encontrarle sentido a nada de lo que ocurra a mi alrededor. Sólo queda la pala quitando un montón más, uno tras o otro, sin detenerse.

Es el teléfono lo que suena esta vez. Debo cogerlo, quizás sea alguien que tenga algo que decirme. Tardo en incorporarme y buscar la forma en la cual contestar. Cada segundo se mi corazón golpea con más fuerza por salirse del pecho. Se escucha respirar alguien al otro lado. Sé que tiene la respuesta a mi problema, pero quiere que sufra para que me arrepienta y le entregue todo lo que tengo. Seguro que quiere que siga luchando, para poder seguir sufriendo por el resto una vida que no parece ser corta. Grito para recibir una respuesta que me haga decidirme por escuchar o colgar. Es una situación insostenible para mí. Nadie se ha dignado a darme una respuesta y ésta parece ser la única que la vida podrá regalarme. Parece ser que la única persona que se atrevería a decirme la verdad se ha arrepentido nada más marcar.

Parece que no hay salida posible. Es la tercera noche que decidido a dejarme vencer y tras el derrumbamiento aparezco arropado en mi cama temblando. Será que tras mi gesto sin mucho que mostrar se esconde un miedo racional a la muerte. Tal puede que sea mi estupidez como para seguir aguantando un día más esperando que alguien pueda decirme que me equivoco. Esperando a la persona que me agarre del brazo antes de decir adiós y me diga que necesita que continúe con ella hasta mañana. Será que esté esperando a una respuesta mejor, a una opción en la que no tenga que viajar sin saber si algún día podré regresar. Puede que no me importe esperar el tiempo que sea esperando que algo pueda cambiar. No sé cuánto tiempo será el que necesite para vivir engañado y que me vaya para no volver.



¿Será ésta la única manera de decir adiós? No sé si alguien será capaz de entender lo que digo, lo que siento o a lo que me refiero con ésto, pero yo ya no sé qué más hacer. Yo sólo quiero una respuesta, sea cual sea. No quiero más silencios o mentiras. No seré yo el que aguante otro día más sin quererme arrancar todo lo que me deje con vida. Quiero destrozar todo lo que me mantenga con una pizca de esperanza, todo lo que me invite a vivir sin saber qué será de mí. Ya no hay nada por lo que seguir adelante, nada que merezca la pena. ¿Es que nadie podrá escuchar mis ruegos? Parece que estoy condenado a que nadie pueda escuchar mis lamentos y compadecerse de mi desgracia. Será que soy invisible para el resto. No importa cuanto pueda gritar, moverme o escribir. Siempre sentiré que no hay nadie al otro lado.

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