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Carta a un desconocido I

No sé cómo has llegado aquí, ni siquiera puedo asegurar que haya sido tu deseo hacerlo, pero allá va. Llevo años esperando contarle ésto que siento a alguien y parece que tú serás a la única persona que podré hacerlo. Es egoísta hacerte responsable de algo de lo que ocurrirá próximamente, pero ya es demasiado tarde para que mires a otro lado. Imagina que mis ojos oscuros te miran fijamente, que puedes sentir mi respiración y que de mi boca salen todas estas palabras. No tengas miedo, no te conozco, pero yo confío en ti. Estoy seguro de que harás lo correcto.

Llevo años asistiendo a un grupo de autoayuda. No hace falta que asegure que tengo problemas, pero sí de que no había nada de extraño al principio. Hablábamos de nuestros problemas, no había ni una persona que no adaptase su historia para no ser tan repulsiva, así era peor. Éramos poco más de diez los que no reuníamos cada jueves por la noche. A la cabeza una mujer siempre con una sonrisa en la boca, vestida de manera informal y siempre asintiendo con la cabeza a cada una de nuestros relatos, con una cara absoluta de comprensión. Yo no me creía nada, pero escuchar lo que habían hecho los demás, me hacía sentirme un poco mejor.



A cinco minutos del metro en un edificio que cedía el ayuntamiento, en una sala pequeña que se supone que es para que nos sintiésemos más cerca y pudiésemos afrontar nuestros miedos con más fuerza. Cómo alguien puede creer cierto algo así, cuando ni siquiera nos atrevíamos a mirarnos a los ojos. Es un esfuerzo demasiado grande intentar no mirar a la gente con repulsión, no sentirte superior moralmente y gesticular. Esa sala era un infierno que te hacía sentir solo cuando hablas y engañado cuando los aplausos forzados resonaba como miles. Nadie se atrevía a levantarse, a hacer un gesto en falso de desaprobación. Poco más de media hora cada ración, no salías con ganas de repetir.

Buscaba el reflejo entre aquellos cuerpos, pero solo encontraba fragmentos. Nadie en quien confiar, en quien apoyarse. Obligados a representar una obra rancia que nadie pagaría por ver, sino para lanzar sus tomates con rabia tras su fracaso. No creo que merezcamos la muerte, pues tengo la fe de que esta sociedad ha superado su moral ancestral, mal oliente. Yo no merezco el cielo, pero si el infierno no existe, por favor que me dejen seguir viviendo en este planeta.

Segunda parte en: Carta a un desconocido II

10 comentarios:

  1. ficcion o realidad...las reuniones de autoayuda son tan complicadas, desahogamos nuestros miedos, perolamentablemente no se quedan alli, nos los volvemos a llevar a casa, simplemente los sacamos a pasear.

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    1. ¡Muchas gracias, Esperanza! Sí, completamente de acuerdo contigo. ¡Un saludo!

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    1. ¡Muchas gracias por el comentario y por pasarte! Un saludo.

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  3. ¡Hola! Empecé por el capítulo II y me enganché y he buscado el I. Me gusta mucho tu estilo, es fácil de leer y bastante descriptivo. Gracias por compartir. Un abrazo!

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    1. ¡Gracias por lo halagos! Es importante para mí que la gente reconozca mi trabajo. ¡Un saludo, Mireia!

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  4. ¡Vaya! ¡Qué fuerte este primer capítulo! Voy por el siguiente. Me has dejado con ganas de saber más.

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    1. ¡Pues sigue con esas ganas hasta el final! Gracias por pasarte, Dayana. Un saludo.

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  5. Hola César,
    A ver, aun con todo lo que vivimos y a veces dan ganas de no vivir cuando algo es demasiado para nosotros. Como dice Dayana, es muy fuerte. No había oído nada igual pero al margen de mi curiosidad sobre si es cierto o de ti ésta historia, para que veas hasta donde puede llegar el ser humano o la sociedad que , aun sintiendose vulnerable y teniendo algo similar a otro como es un problema, no somos capaces de ser transparentes. Eso pasa y mucho. Mi problema es que yo soy demasiado transparente. llevaba tiempo sin escribirte y de hecho ya tenia ganas ded entrar siempre me haces reflexionar. Un gran saludo!

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    1. ¡Muchas gracias, Keren! Un placer tener por aquí y saber que disfrutas de lo que escribo. Te espero pronto. ¡Un saludo!

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