Tras largos caminos en los que al parecer sólo he conseguido dar vueltas. El mundo ha parecido que me mostraba su cara más sincera. Me mostró cuál era el camino más sincero, pero no soy capaz de llegar a entender lo que intentaba revelarme. Todo producto de la casualidad, sin otra solución posible, un golpe desde lo más alto para que pudiera despertar. Palabras con las que llenar mi saco, con las que quiere que esparza como puntas de flecha, pero soy incapaz de mostrarlas todas por miedo a lo que haya tras su figura.
Las cosas no son tan difíciles como parecen, lo difícil es llegar a hacer lo que realmente tienes que hacer. Estoy harto de que la gente intente enseñarme un camino que ni ellos mismos siguen, harto de que me digan cómo tengo que tomarme las cosas porque al parecer no son tan buenas sus soluciones. Las cosas quizás no sean sencillas porque insistimos en complicarlas. Todo se basa en una sobrevaloración de las cosas, si todo tuviera un valor ínfimo no tendríamos nada que añorar, nada que llorar, nada que odiar o amar, pero no tendríamos tampoco preocupaciones, motivación o infelicidad, simplemente indiferencia ante todo. Cuando todo pierde su valor, la vida vale lo mismo por sus partes que por su total, todo igual a nada.
Así la vida es del mismo color, sin sorpresas y sin miedos, pero nadie dijo que la vida fuera a ser tan divertida. Quizás si no hubiera diversión, no sufriríamos y la felicidad sería una preocupación menor, todo se basaría en la simple existencia, que podría asemejarse en cuanto a valor a nuestra no-vida, la muerte.
Las cosas no son tan difíciles como parecen, lo difícil es llegar a hacer lo que realmente tienes que hacer. Estoy harto de que la gente intente enseñarme un camino que ni ellos mismos siguen, harto de que me digan cómo tengo que tomarme las cosas porque al parecer no son tan buenas sus soluciones. Las cosas quizás no sean sencillas porque insistimos en complicarlas. Todo se basa en una sobrevaloración de las cosas, si todo tuviera un valor ínfimo no tendríamos nada que añorar, nada que llorar, nada que odiar o amar, pero no tendríamos tampoco preocupaciones, motivación o infelicidad, simplemente indiferencia ante todo. Cuando todo pierde su valor, la vida vale lo mismo por sus partes que por su total, todo igual a nada.
Así la vida es del mismo color, sin sorpresas y sin miedos, pero nadie dijo que la vida fuera a ser tan divertida. Quizás si no hubiera diversión, no sufriríamos y la felicidad sería una preocupación menor, todo se basaría en la simple existencia, que podría asemejarse en cuanto a valor a nuestra no-vida, la muerte.
Nosotros elegimos una montaña rusa de sensaciones, la cima para los felices y el pozo para los que no lo son. La intranquilidad o la euforia que trastoca nuestro sueño. Está claro que no podemos estar estar siempre en la cumbre, si elegimos disfrutar, elegimos haber superado una situación de sufrimiento o incomodidad. Aquí no se elije a medias, no se toma la cara y desecha la cruz, todo o nada. Es tan sencillo como intentar elegir una felicidad eterna, estar siempre en la cumbre significaría entrar en la rutina de ser felices y todos sabemos que la rutina desespera a algunos seres humanos. ¿Cuánto tardarías en dejarte caer rodando montaña abajo para probar las consecuencias?
Si elegimos ser felices es porque no siempre lo hemos sido. Sin males, guerras o catástrofes nuestra vida sería completamente monótona y sin motivaciones, un simple trance del que muchos no verían una lástima deshacerse sin el aburrimiento llega a ser demasiado.
Pero eso es el ser humano, nunca está contento. Siempre tiene que cambiar algo para sentirse a gusto. Entonces quizás dudemos de que el ser humano sólo transita los valles seguros y conocidos. No siempre nos movemos ante la seguridades y conocimiento, si no ¿dónde quedaría el aprendizaje? No habría avance, todo sería estático. Un razón más para saltar por el precipicio.
Tenemos que estar construyendo y destruyendo continuamente para poder avanzar. Nuestra vida es un juego de dominó cuyas fichas están colocadas horizontalmente una tras otra, esperando a que nuestro dedo impulse una y dejándose caer, haga que el resto lo haga hasta la última. Un juego en el que con delicadeza dejamos que todo se coloque de la mejor forma, unos segundos para disfrutar de nuestra obra y cuando estemos cansado de tanta belleza dejemos que todo vuelva a ser como antes.
Siempre podremos volver a construirlo para disfrutar del momento en que dejamos que todo se pierda en el olvido, siempre podemos intentar imitar ese momento que nunca volverá a ser exacto, una pared con la que golpearnos una y otra vez con la cabeza, ilusos dicen.
Llegamos una y otra vez al mismo punto pero en distinto nivel, nuestras habilidades habrán mejorado, cada vez nos costará menos colocar las piezas y nos gustará más el momento en que todas estén cayendo. Parece dicho por un loco, pero vosotros podéis ver ese reflejo en vuestra niñez. El niño no sabe lo que ocurrirá después, cree que seguirá siempre jugando y que no importa que tenga que volver hacerlo, imagina que siempre tendrá tiempo justo después de hacerlo y cuando se acerca la hora de recoger pide más tiempo para volver a disfrutarlo.
Ahora pensad en esas veces en supisteis cómo hacer las cosas para ser felices y dejasteis pasar esas oportunidades. Siempre habrá tiempo pensasteis, siempre habrá otra oportunidad deseasteis y una y otra vez con la misma piedra tropezasteis. No hablo del momento, hablo de vuestra renuncia a la felicidad en ocasiones, de ese instante en que dejáis todo correr y disfrutáis de ver caer hasta la última pieza.
Para reflexionar... Saludos de Traffic Club y El Talco Negro.
ResponderEliminarMuchas gracias por éste y todo los comentarios. Gracias por pasarte, un saludo.
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