Sentir que algo tiene sentido. Sintiendo que algo es real. Sentido común para saber que es mentira. No hay solución al despertar del sueño. Tampoco a perderte entre ambos mundos. Un continuo intercambio que se normaliza con el punto de encuentro. Una confusión constante que nunca termina. La mezcla que conforma la realidad. Perspectivas diferentes para definir un mundo construido a partir de impresiones. Limitadas por sus carencias. Construyendo algo que jamás podrá asemejarse a algo verdadero. No existe el mundo tal cual lo concebimos.
Gritos al final de la calle. Parece ser que la noche ha llegado a la ciudad. Salimos sin llamar demasiado la atención avanzamos entre las calles. Inspirando la suficiente desconfianza como para que nadie siquiera se atreva a preguntar adónde vamos. No es un día cualquiera, tampoco escogimos la hora al azar. Así que como podréis imaginar no estamos para perder el tiempo con tonterías.
No hay intercambio de palabras. Quedamos en que el silencio sería lo mejor. Cada uno repasa el esquema en su cabeza y porta su arma. Hay que saber mantener la calma en todo momento. Por eso tampoco nos miramos la cara, porque sabemos que cualquier reflejo de nerviosismo en la cara del compañero podría suponer una distracción. Todo va a cámara lenta. No queremos llegar a la puerta, pero a la vez queremos que todo acabe. El tiempo pasa de una manera diferente.
El cajero está donde siempre. Es un alivio saber que las cosas no cambian de lugar de un día para otro. Cuando llegamos, bolsa al suelo, cogemos la placa y la conectamos. Un botón y todo comienza. Cada persona que haya acudido esta tarde a sacar dinero, se quedará sin un euro más en su cuenta. Los billetes van saliendo sin dilación. Nosotros los amontonamos. Diez minutos es el tiempo máximo, después será más difícil escapar de la policía.
Invisibles ante la poca gente que deambula por las calles. A medio segundo del final escucho el arma cargarse. Miro sus fríos ojos. No parece que vaya haber despedida. Intento buscar las palabras adecuadas para pedir auxilio, pero el miedo me paraliza. ¡Que alguien me salve! Jamás supuse que el miedo fuese tan fuerte. Totalmente rendido a mi destino se escucha cómo la bala sale del cañón. Buena suerte allí donde despiertes.
Consigo despertar. Todo ha sido un sueño. Menos mal. Hasta que consigo percatarme de que me encuentro en el hospital. Esposado a la cama y un fuerte dolor de cabeza intento explicarme lo que ocurre. He sido traicionado. Lo peor es que no puedo saber si lo he sido por la persona que me acompañaba o por mis subconsciente. Tampoco sé si realmente vivo o si es una pesadilla a lo que llaman vida. ¿Sería lo mejor pedir el final?
Gritos al final de la calle. Parece ser que la noche ha llegado a la ciudad. Salimos sin llamar demasiado la atención avanzamos entre las calles. Inspirando la suficiente desconfianza como para que nadie siquiera se atreva a preguntar adónde vamos. No es un día cualquiera, tampoco escogimos la hora al azar. Así que como podréis imaginar no estamos para perder el tiempo con tonterías.
No hay intercambio de palabras. Quedamos en que el silencio sería lo mejor. Cada uno repasa el esquema en su cabeza y porta su arma. Hay que saber mantener la calma en todo momento. Por eso tampoco nos miramos la cara, porque sabemos que cualquier reflejo de nerviosismo en la cara del compañero podría suponer una distracción. Todo va a cámara lenta. No queremos llegar a la puerta, pero a la vez queremos que todo acabe. El tiempo pasa de una manera diferente.
El cajero está donde siempre. Es un alivio saber que las cosas no cambian de lugar de un día para otro. Cuando llegamos, bolsa al suelo, cogemos la placa y la conectamos. Un botón y todo comienza. Cada persona que haya acudido esta tarde a sacar dinero, se quedará sin un euro más en su cuenta. Los billetes van saliendo sin dilación. Nosotros los amontonamos. Diez minutos es el tiempo máximo, después será más difícil escapar de la policía.
Invisibles ante la poca gente que deambula por las calles. A medio segundo del final escucho el arma cargarse. Miro sus fríos ojos. No parece que vaya haber despedida. Intento buscar las palabras adecuadas para pedir auxilio, pero el miedo me paraliza. ¡Que alguien me salve! Jamás supuse que el miedo fuese tan fuerte. Totalmente rendido a mi destino se escucha cómo la bala sale del cañón. Buena suerte allí donde despiertes.
Consigo despertar. Todo ha sido un sueño. Menos mal. Hasta que consigo percatarme de que me encuentro en el hospital. Esposado a la cama y un fuerte dolor de cabeza intento explicarme lo que ocurre. He sido traicionado. Lo peor es que no puedo saber si lo he sido por la persona que me acompañaba o por mis subconsciente. Tampoco sé si realmente vivo o si es una pesadilla a lo que llaman vida. ¿Sería lo mejor pedir el final?
Genial, amigo Cesar, realmente es así, hay vidas que funcionan como verdaderas pesadillas. Buen relato, amigo. Saludos.
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Servilio! No seguiremos leyendo. ¡Un saludo!
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