Un desastroso hecho ocurrió: mi lengua se había quemado. Es algo que puede parecer habitual entre muchas personas, pero créanme, esto es distinto. Todo fue por culpa de una sopa calentada de más. Pensé que la cuchara exageraba como siempre, pero me equivoqué. Ni siquiera el agua fría pudo detener la reacción. Ya nada sabía igual, algo en mi vida había cambiado. Era el comienzo de un mundo distinto, como si de otra dimensión se tratase.
Aquella noche fuimos a comer bizcocho con chocolate a casa de un amigo. Buscamos en el videoclub alguna película de humor, acorde con la felicidad que nos iba a producir el festín. Fuimos a su cuarto para ver dicho filme en el ordenador cuando la reproducción se hizo bastante corta, el DVD estaba dañado. Por suerte, el plan seguía siendo disfrutar de un delicioso bizcocho. Cuando lo repartimos, resultó que su interior tenía mágicos frutos que nos dejarían un dulce sabor de boca. Pusimos música alegre que incitaba a disfrutar de esa encantadora merienda.
Al cabo de una hora, cuando el grupo de música en cuestión había llevado y descrito el jolgorio a un nivel superior, nos pusimos a bailar. Estaba claro que las energías que nos había aportado el dulce, había que transformarlo en algo. Hicimos que todo nuestro cuerpo entrase en una onda de muy buen rollo envidiable por cualquiera. Al principio todo era confusión por mi parte, no había escuchado jamás a este grupo tan bueno y sentido la música así. Ni en conciertos me había sentido tan animado y feliz.
Sentí la necesidad de acercarme al escritorio a escribir sobre todos esos preciosos sentimientos que estaba viviendo. Veía a mis amigos acostarse sobre el suelo y la cama para descansar. Su caras inmensas de felicidad me ayudaban a seguir con mi cometido. Me vino a la mente algo genial; iba al cielo, que un ángel me abría las puertas del cielo para recibirme. Me hablaba con calma y un aura increíble. Mostrándome la más maravillosas cosas del mundo, me aseguró que no había cielo, que simplemente es un lugar apartado de la Tierra. Me acariciaba el pelo mientras me susurraba que podría mostrarme las mayores maravillas del mundo. Era la razón de por qué el Arte era tan especial, todo inspirado por la cordura, la paz y el amor de cada persona hacia una misma. Yo entonces sólo quería contarle a todo el mundo lo que él me había dicho. Tenía la certeza de que mañana levantaría siendo la persona más feliz del mundo. Ya sabemos lo bonito que es soñar despierto.
En la vida no se necesita de grandes cosas para poder apreciarla al completo. Con solo nuestra imaginación, podemos llegar a sitios inimaginables, llenos de grandes cosas que nos hacen darnos cuenta de lo grandes que somos. Sin límites para viajar, sin miedo a perderse y mirando al cielo para apreciar cada una de sus estrellas. Que nadie os diga que somos insignificantes en este mundo.
Qué maravilla! Me encantó el relato y tus reflexiones. Saludos!
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Marisa! Un placer tenerte por aquí y más que me dejes un comentario.
EliminarUn saludo.