Es el sueño largo el que empieza a incomodarnos. Son las sábanas las que aguantan nuestras vueltas nerviosas por la pesadilla inquieta. El no parar provoca el sofoco que nos hace despertar de tan incómoda experiencia. El sudor baja por nuestra frente y nuestro corazón se calma con cada respiración más y más profunda. Levantarse a beber agua y no poder quitarse de la cabeza tal espeluznante idea, volver a la cama con miedo de volver a sumergirse en tan oscuro sueño.
El despertador suena, es un nuevo día. La cama se queda bajo tus manos que se apoyan sobre ella para despegarse de sus ahora solitarias mantas. Levantar la persiana para que entre la luz y abrir las ventanas para que entre el aire para, poder entrar de lleno en el nuevo día. Cada día como el último y el primero porque seguimos buscando por el mismo camino, la misma respuesta que no de la seguridad que tanto anhelamos. Sigue atormentándonos la idea de que los días pasan, las horas se agotan y seguimos sin encontrar nada que nos permita vivir en la competa tranquilidad.
La taza de café está medio fría, prefiero sentir que necesita el calor de mi manos para calentarse que sentir la ausencia de ellas fuera de su alcance porque derrochan demasiado calor. La taza es la misma y por suerte sé que ella siempre estará ahí, en el mismo armario, en mi misma cocina y si no la rompo seguirá dejándome el café a la misma temperatura. Es bonito poder confiar en cosas como éstas. Es necesario que las calles sigan siendo las mismas y las farolas se enciendan a la misma hora. La rutina se nos clava como un cuchillo pero dejamos que siga ahí, no nos lo quitamos porque no nos resulta tan mala como a veces queremos creer. Es otra forma de agarrarnos a una realidad que es incontrolable y que nos hace temer a las cosas que no conocemos.
Tras vestirme y salir a la calle como cada mañana, a comprar el periódico y a recibir el aire en mi cara, me encuentro con que me he desviado de camino y ahora estoy perdido. Parece ser que estaba demasiado metido en el tema y me he desorientado por un momento. Seguro que podría encontrar a alguien que tuviese esa seguridad para continuar mi camino que ahora a mí se me ha escapado. Un hombre con carácter desenfadado pasa por allí y me indica el camino correcto con buen agrado. A veces es de admirar como la gente no duda ni un segundo al contestar y siempre vive tan seguros de lo que saben, ¿será que no están tan seguros como ellos creen?
El camino sigue como siempre su curso y ahora procuro prestar más atención a la calles que transcurro. Es fácil que me pueda volver a perder, parece que esa mañana andaba algo más despistado que de costumbre. Al llegar a por el periódico me aseguro de que se lo compro al mismo hombre de cada mañana, quizás esta mañana le he asustado más que de costumbre con esa cara tan rara con la que le miraba para asegurarme de que era él y no otro. El periódico nuevo, pero sin nada que contarme y sin nada nuevo que decirme se quedará sin su uso principal poco después de comprarlo.
Mi camino ha sido un fracaso, otra mañana que me quedo sin encontrar repuesta y la depresión me aborda como todas las tardes después de comer. Mejor será dormir un rato para volver a tomar fuerzas y salir de nuevo a buscar.
El camino se hizo corto, no se consigue encontrar esas respuestas que deseamos. La seguridad es algo que todavía se ausenta demasiado en nuestras vidas y la apariencia de ella en otras personas a veces debe hacernos dudar. Puede ser posible que sean privilegiados y que cuenten con algo especial, también es posible que se equivoquen ellos y nos hagan a nosotros equivocarnos.
La única seguridad que me apara ahora escribir esto es que ahora al esperar que alguien lo lea sentiré esa impaciencia de cada mañana al estar cerca de la respuesta.
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