Mi abuelo más cerca de los noventa y aún más de la muerte se sirve cada día de las oportunidades que tiene para ser todo un rebelde. Un hombre que cada día se sienta en el mismo sillón a escuchar nada diferente y con su mirada perdida parece ignorar con el más sincero desinterés. No busca la atención de ninguna de las maneras, ni tan siquiera que la gente se dé cuenta de ello. Él simplemente mira adonde le apetezca, clava su mirada y ya no hace ni crucigramas. Desconozco si se aburre, lo que sí es seguro es que no se pone a buscar los vacíos legales para arremeter contra sus seres queridos a cambio de unas risas. Lo más triste es que hace años que no le veo reírse.
Su mayor interés en la vida es comer. Siendo una persona poco exigente no le hace ascos a nada, sin embargo sabe muy bien lo que le gusta. El ansia le pueda generando una tos tonta de vez en cuando porque coge demasiado y sin dientes para ayudarse, más tarde se tiene que ayudar de un trago de agua. Es de los pocos momentos en lo que podrá sentirse despreocupado y querido, porque él no tiene que hacer ningún esfuerzo para que llegue la comida a su boca. El resto del día se pasa con las manos sujetas porque tiene la manía de rascarse la nariz. ¿Qué hay de malo en producir alivio en el picor, podréis pensar? Ninguno, es que tiene una herida que no debería tocarse.
Gritos para acá, gritos para allá para deje que tocarse la nariz. Primero una manta, luego unos calcetines, lo siguió una cuerda y por último un sistema algo más sofisticado para prácticamente dejarle las manos inmovilizadas. Se le ata cuando ya están cansados de regañarle. A mí me sigue pareciendo un acto bastante denigrante para una persona mayor, pero todo se justifica con que el pobre hombre no se deje la herida peor. Demasiado escándalo se monta cuando no molesta a nadie y con la única cosa que hace un poco mal se le esté contínuamente vigilando. Cada vez que pienso que mi máxima aspiración en la vejez sea poder ser rascarme la nariz a gusto se me encoge el corazón, en cambio lo veo que se acerca a su pequeña victoria, sé que es un héroe.
Deja caer su cabeza sobre la mano como si estuviese descansando o reflexionando. ¿Estará pensando en lo que ha significado su vida, si se arrepiente de algo o cómo puede cambiarla? Pues claro que no, está pensando en cómo depurar su técnica para llegar adonde los demás no quieren que llegue. Va bajando la mano poco a poco como quien no quiere la cosa y justo cuando está a punto de tocar la gloria con la llema de sus dedos le asustan con un berrido desde el sofá: -¡Estate quieto, Pedro!- Con lo cerca que estaba y ahora le van atar las manos de nuevo...
Hay gente que busca su pequeña dosis de adrenalina en la velocidad, terror, haciendo ilegalidades, pero pocos pueden sentirla como mi abuelo pasando los dedos por su nariz al principio con ternura y poco después con algo más de intensidad. Con ello no pretende conseguir la admiración de nadie, sino simplemente sentir una vez más que en la vida puede hacer lo que le dé la gana.
¡Qué bien está eso de tener la libertad suficiente para hacer lo que a uno le dé la gana!
ResponderEliminar¡Muchas gracias Francisco por pasarte! Y sí, qué bien sentir la libertad. Un saludo,
EliminarMe ha encantado este relato César realmente ahondastes en ese puro sentimiento que mi abuela dejó en mi.
ResponderEliminarSigue escribiendo de la manera en que lo haces
Gracias 🌷🦋
Eso intentaré. ¡Muchas gracias por estar siempre ahí, leyendo todo lo que escribo!
EliminarUn saludo.
Has descrito perfectamente, amigo César, lo que es la vejez y la pérdida de la independencia y la libertad... nos pasamos la juventud intentando lograr ambas cosas y al final volvemos al principio, menos que niños. Felicidades, amigo.
ResponderEliminarFeliz noche, saludos!!!
Completamente de acuerdo contigo. Tanto pelear para al final hacer lo que digan nuestros hijos o a quien le toque cuidarnos. ¡Muchas gracias por pasarte!
EliminarUn saludo.
Precioso relato César!! sigue escribiendo historias bonitas como está. Un abrazo.
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