Search This Blog

Afrontando el destino (parte primera)

Nos encontrábamos todos sentados en el interior del helicóptero, callados, sin mucho que decir. Cada uno guardaba sus palabras para la vuelta, guardaba sus palabras para la esperanza, esa que nunca duerme y a los malos sentimientos espanta. Miradas al suelo, un pelotón de unos veinte hombres nos acercábamos hacía  un destino desconocido, un lugar aterrador que nos impedía pensar en otra cosa. El miedo ya no tenía sentido, todo lo dejamos con nuestras familias, no había nada que temer, pues la mayoría sabíamos que íbamos a morir allí dónde no enviaban.
El suelo nos quedaba lejos, el mundo estaba bajo nuestros pies, ahora todo era cuestión de los segundos que pasaban rápidamente en el intento de nosotros pararlos manteniendo nuestra respiración y respirando profundo. Mentalizarnos era algo que creíamos que nos podría ayudar, algo que no haría ser más fuertes, que nos haría evadirnos de una realidad a la que nunca debíamos haber pertenecido, ideas a tan estúpidas servían para sentir unas gotas de alivio que podría calmar nuestra sed de vivir, nuestras ganas de subsistir.
Nuestros trajes serían nuestras guías, diferenciar entre nuestros compañeros y enemigos era cuestión del tipo de manchas oscuras del uniforme, de la bandera, de la nación. Matarnos unos a los otros, sin que a ti te causen daño, una meta, una locura que nosotros no habíamos elegido y que teníamos que cumplir. La medalla al honor, concedida por tu país como regalo de haber sido el soldado más despiadado, más frío y sin sentimientos de todos. Regalo que no todos podríamos entender.
Nuestra vidas son como figuras de cristal que están a punto de ser avasalladas por armas de fuego que nos apuntan y que no tendrán piedad de acabar con todo. Nuestros recuerdos caerán sobre el suelo rendidos sin poder llegar más lejos, nuestro corazón dejará de sentir ese amor por nuestros seres queridos, nuestro cerebro dejará de soñar como siempre lo hizo. Todo que perder y poco que ganar, el único regalo es volver a casa y poder decir un te quiero de nuevo a esas personas que nos sacaron cada día una sonrisa, que siempre estuvieron allí para ayudarnos y que jamás dudaron en hacerlo.
La desesperación vacila correteando entre nuestras cabezas, moviéndose con elegancia, como si de un espectro se tratase pero nadie se atreve a levantar la mirada para asegurarse de que se marcha. Sentimos sus pasos por la espalda, por nuestros lados... Sabe que nos gustaría gritar e intenta animarnos con sus fríos soplos que nos causan escalofríos y nos hacen temblar por momentos. Nos avisa de que estamos a punto de llegar y se marcha un momento para que podamos recibir nuestras últimas instrucciones.
Nos levantamos aparentando estar preparados, aparentando toda tranquilidad y mostrando una inexistente seguridad en lo que vamos hacer. Por fin nos miramos los unos a los otros y nos fundimos en un abrazo que por momentos parece eterno, un grito de ánimo y llegamos a tierra. Bajamos y nos encontramos con un territorio prácticamente desierto en el que nos empujan para no detener nuestro paso y hacer frente al enemigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario