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El rey del cielo

Bajando las escaleras con paso lento y firme se encontraba el rey que se acercaba aquél campesino que se había atrevido a insultar a la autoridad del cielo. Los guardias quisieron castigarle pero el rey quería hacerlo con sus propias manos, quería hacerle sentir como de sus manos llegaba el castigo divino concedido tan solo a reyes como él.
En su cara un gesto enfado, puño cerrado mostraban la tensión en el cuerpo del soberano que no apartaba la mirada de aquél pobre muerto de hambre. El campesino al ver como se acercaba se enderezó, esperando a que el su señor se acercase le reverenció y levantó la mirada y de su boca cayeron gusanos que hacían escandalizar al pueblo que había llegado al castillo en cuestión de segundos tras enterarse del hecho que estaba a punto de pasar. Las manos a la boca de todos los espectadores tras escuchar tal espanto salir de la boca con tanto descaro de un hombre tan desgraciado.
-No mereces ser hijo de alguien tan noble como Dios, no mereces su respeto porque el nos ha enseñado amar y tú nos enseñaste a despreciarnos porque no somos merecedores de tu presencia. Eres hijo de Lucifer, naciste en las entrañas del lugar más horrible y aterrador, viniste a intentar enseñarnos que al campesino se le mantiene callado mediante las mentiras de la iglesia, mediante el cuento de los pecados para que todos te debamos respeto y obediencia. La mentira para mantenernos callados, la iglesia como institución para poder mantenernos a ralla pero no soy el único que vendrá a rendirte venganza y a devolverte de dónde viniste.- Dijo el campesino muy convencido.
-Calla imbécil, he visto campesinos con más cerebro que tú limpiando mi mierda para conseguir mi perdón. Te dejaré marchar si retiras lo dicho y dar una vuelta al pueblo atado de pies y manos mientras todos te insultan.- Dijo el rey enfado y apretando con fuerza su puño.
-Solo le debo respeto a Dios y no a un hijo del diablo. ¡Púdrete en el infierno!- Dijo gritando el campesino mientras daba vueltas riéndose del rey y señalándolo.
El puño impactó contra la cara del pobre incomprendido que caía al suelo retorciéndose de dolor. El rey miraba a éste por encima del hombro y se agachaba hasta poner su rodilla en el suelo y le decía al pobre hombre:
-Valentía en tus actos, demasiado atrevimiento para un hombre que depende de mis tierras para vivir y que jamás podrá volver a ser el mismo. He visto a pocos con tanto valor como tú y por ello serás castigado como ningún otro, tienes suerte, Dios te salvará de esta acogiéndote en el cielo después de recibir tortura durante días hasta tu muerte.- Decía mientras observaba con desprecio el cuerpo esquelético y mugriento del pobre campesino.
Levantando la mirada hasta llegar a los ojos del rey dejó escapar una sonrisa mientras se intentaba poner de pie. El rey se levantaba para golpear de nuevo con su pierna en el costado de aquél hombre que caía irremediablemente de nuevo al suelo. 
-Grita, llora y sufre el dolor con el que Dios te da la espalda, con el que abandona a una oveja descarrilada que no supo reconocer la figura de Dios sobre la Tierra. Sois como pobres animales, no entendéis que no estáis aquí para pensar sino para trabajar- Concluyó el rey que se marchaba dando la espalda al malherido.
La gente se alborotó de nuevo cuando vio como el campesino se levantaba y extendía los brazos y gritaba en alto:
-¡Dios, perdona a tu hijo que ha malinterpretado tu mensaje y acógele en tu reino!-
El rey cogió una espada de un soldado y la desenvainó con rapidez y dándose la vuelta la atravesó con rabia sobre aquel fiel que solo intentaba conseguir una explicación. La retiró empujando su cuerpo de una patada contra el suelo y dejando la espada libre de nuevo.
-Debéis respeto a aquellos que son los elegidos, aquellos que estamos aquí para encarrilar vuestra existencia y os enseñar a llegar a Dios en la vida no terrenal. Espero que hayáis aprendido que no hay otra forma de llegar que mediante el respeto y la obediencia a vuestro amo. 
El rey equivocado pensó que mantendría el poder de por vida. El hombre tras aguantas tantos abusos creyó en un futuro mejor y acabó con toda monarquía. Los ideales adquirieron forma, poder y guiaron al hombre para sobrepasar cualquier frontera e imponer cualquier idea que tuviesen.
Los ideales son armas peligrosas, de poder incalculable, no debemos dejar que nos lleven por caminos por los cuales son imposibles volver. Los ideales también se equivocan pero son cegadores y puede que sea demasiado tarde para hablar.
Se hizo el silencio... 

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